El diálogo interreligioso en el campo eclesial

Non enim misit Deus Fílium suum in mundum ut iúdicet mundum, sed ut salvétur mundus per eum (Jn 3, 16)
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Escrito por: Fray Rubén Moratilla Ramírez.

Fray Rubén es Sacerdote y docente por vocación en la Orden de Frailes Menores. Posee en un gran gusto por la lectura y la buena música. Actualmente brinda sus servicios como capellán y capacitador de Formación Humana en la USBMéxico, además de desempeñarse como docente en el Seminario Franciscano y como sacerdote en la Parroquia de San Juan Bautista ubicada en Coyoacán.

 

 

I. Siglos XIX – XX

 

   En un periodo de mediana duración en el campo eclesial, que va desde 1864 hasta la Declaración Nostra aetate (1965), el diálogo interreligioso no formaba parte de la labor evangelizadora de la Iglesia.

 

   Revisando algunos documentos del lapso temporal antes mencionado, detectamos que se rechazaba y condenaba a las instituciones religiosas no cristianas. Respaldamos lo expresado en lo que está escrito en las encíclicas Quanta cura (1864) y Pascendi Dominici Gregis (1907); en Quanta Cura, Pío IX, al expresar que “la verdadera felicidad humana proviene de nuestra augusta religión y de su doctrina y ejercicio” (Quanta Cura 10), bloqueó cualquier sendero que condujese al diálogo con los no cristianos; sí, es innegable que en el pontificado de Pío IX hubo una revitalización de la actividad misionera de la Iglesia; empero, no nos precipitemos en nuestras interpretaciones; no consideremos eso como un avance en la comunicación con los que vivían fuera de la institución eclesial; no, no hubo interés alguno en dialogar con el no cristiano; lo que se pretendía era su conversión[1].

 

   Con la publicación de Pascendi no surgió novedad alguna; Pío X se mantuvo firme en no dialogar con los no cristianos; apartarse del camino por el que transitaron sus predecesores habría significado para Pío X dar la razón a los modernistas[2], quienes manifestaban que todas las religiones eran iguales.

 

II.  Nostra Aetate

 

   Nostra aetate fue un parte aguas en la labor evangelizadora de la Iglesia; Paulo VI no condenó ni juzgó a los no cristianos; tal como aparece en la Declaración, a Paulo VI le interesó dejar claro que…

La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn., 14,6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas.

Por consiguiente, exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y colaboración con los adeptos de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que en ellos existen.[3]

 

   Notemos, entonces, que Paulo VI puso el cimiento que le permitió a la Iglesia renovarse en lo concerniente a la valoración de las religiones no cristianas. No ha sido sencillo; tenemos que reconocerlo; ha habido estancamientos o retrocesos; empero, la Iglesia católica no se ha dado por vencida; recordando lo que debe ser su punto de referencia en el diálogo con otras religiones, la institución eclesial ha caminado con cuidado; no ha tornado al rechazo o condena de lo que está allende el cristianismo.

 

III. Presente

 

   El Papa Francisco está en sintonía con sus antecesores; nutrido por la savia de Nostra aetate, el Santo Padre expresó en 2017, en una audiencia concedida a los miembros del Korean Council of Religious Leaders.

 

“sean promotores de paz, anunciando y encarnando un estilo no violento, un estilo de paz, con palabras que se distingan de la narrativa del miedo y con gestos que se opongan a la retórica del odio”.

 

   El mundo, continuó el Santo Padre,

 

“nos pide respuestas y esfuerzos en relación a varios temas: la sagrada dignidad de la persona, el hambre y la pobreza que aún afligen a demasiadas poblaciones, el rechazo a la violencia, en particular la cometida profanando el nombre de Dios y desacralizando la religiosidad humana, la corrupción que alimenta la injusticia, la degradación moral, la crisis de la familia, de la economía, de la ecología y no menos importante, de la esperanza”.

 


[1] Laboa, Juan María, “Actividad misionera”, en: Historia de la Iglesia. IV:. Época contemporánea, Biblioteca de autores cristianos, Sapientia fide, Serie de Manuales de Teología, Madrid, 2002, pp. 165- 169.

 

[2] Los Modernistas eran cristianos que, por su deficiente formación teológica y filosófica, manifestaban que había llegado el momento de que la institución eclesial hiciera las paces con la Modernidad.

[3] Nostra aetate, 2

 

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